Del césped al banco hay matemáticamente unos pasos. Se puede estar en el pasto o a pie de campo, viviendo siempre con los resultados sobre la mesa, aguantando las penurias y disfrutando las alegrías que el destino, siempre previo trabajo, decida otorgarte. Hay jugadores que jamás se decidirían a caminar por esa línea, atravesarla significa una nueva vida, un retiro que abre una nueva aventura con demasiados aspectos que trastocar. De la lluvia al cobijo, del balón a los gritos y del pantalón corto y las medias altas, a unos ejecutivos calzados sobre un buen zapato. Uno que nada tiene que ver con aquellas botas sempiternas que fueron parte de ti, de tu día a día. Una estrecha hilera que el ‘Cholo’ Simeone no tuvo tiempo de considerar pues su pasado, que minutos antes había defendido con la zamarra, necesitaba ayuda casi celestial.
Racing de Avellaneda pedía auxílio y allí apareció el que no podía negarse. Diego Pablo Simeone pasó en un suspiro la línea que marca el antes y el después. Lo hizo con el carácter que siempre le acompaña, con la pasión que tantas tardes reflejó para gozo de quienes le idolatraban y, además, logró superar el hándicap que todo entrenador lleva consigo, el del marcador de cada domingo. Salvó a su querida ‘Academia’ de un descenso seguro, marchó a Estudiantes cuando en Avellaneda le abrieron la puerta sin dar gracias por los servicios prestados y en cuestión de meses, logró hacer campeón al ‘Pincha’, que picó más que nunca y rompió una sequía de 23 años. Lo hizo con doble gusto. Triunfó con un juego llamativo, remontando en un final agónico e histórico (con un partido de desempate) y ante Boca, uno de los dos gigantes argentinos.
Era el técnico del momento, su nombre retumbaba en Europa y sólo había necesitado 11 meses para coronarse en un máster que otros llevan siglos esbozando. Aún así, con la modestia de un ‘novato’ prefirió doctorarse como mandan los cánones de su República: dirigiendo a River Plate.
El equipo millonario ganó desde su llegada esa serenidad y optimismo que en Núñez no recordaban desde tiempos del ‘Pelado’ Díaz, cuando la gloria riverplatense ejercía temor entre sus rivales y ese respeto que sólo los títulos profesan. Se armó un equipo que ya en pretemporada marcó el ritmo y no tardó en mantener la constancia resultadista que, en manos de un monstruo como River, basta para dilapidar torneos. Explotando una base de varios años y dando prioridad a jugadores que habían pasado desapercibidos hasta entonces, el ‘Cholo’ fue progresando hasta que, con algún altibajo (como la eliminación en Libertadores), sumó un nuevo éxito al gritar el Clausura meses después. Una carrera de apenas año y medio que parecía destinada a marcar una etapa exitosa que eliminara de un plumazo tantos años de antipatías.
Pero lo difícil en su caso no era haber llegado a la cima, sino saber mantenerse. Para el fútbol argentino en general y las Gallinas en particular, cada fin de campeonato conlleva irremediablemente un punto cero, una reestructuración a fondo del entramado deportivo. Eso se traduce en multitud de ventas de jugadores que, en este caso, dejaron ‘tocado’ al campeón. Algunos que dieron la vuelta Olímpica en el Monumental, tales como Carrizo, Abreu o Alexis Sánchez, pasaron por caja directamente transferidos a Europa. Incluso el mismísimo Ortega, que nunca solucionó sus recaídas con el alcohol como compañero, dejó su lugar testimonial sobre el césped pero vital para el vestuario, como se terminó comprobando. La siempre nefasta actividad en los despachos de Aguilar, descontroló una base muy bien explotada y trabajada para convertirla, como antes de la llegada de Simeone, en una banda de nombres prometedores pero sin ninguna identidad.
Se fichó tarde, mal y nunca, porque ni se analizaron las demandas del equipo ni había dólares que emplear. Quiroga, Robert Flores, Salcedo, Barrado o Galmarini, jamás pudieron ganarse un hueco en los planes de un técnico que se quedó sin paliativos y que incluso cambió el sistema en busca de una reacción desesperada. El nivel técnico y creativo de su plantilla se debilitó sobremanera y el rendimiento de Buonanotte, Abelairas o Falcao dejó anhelos de tiempos mejores. Sin un líder (el ‘Burrito’ sí ofrecía esa garantía) y con una alarmante falta de identidad, los resultados negativos llegaron sin concesión, tumbando al monstruo, sacándole los colores y sumiéndole en la peor de las pesadillas. Colista, habiendo perdido el súper-clásico como local ante Boca y sin metas, el fin estaba cercano. La eliminación en la Copa Sudamericana ante Chivas (a los que analizaré en breve), rompió el único objetivo valioso que quedaba a una temporada nefasta sin salvación posible.
Con un lastre incapaz de seguir soportando, Simeone ofreció su cargo a la directiva que jamás había pensado en cesarle y que aún le ofrecía su apoyo. Nadie esperaba ese trágico final para un proyecto que llegó al éxito cuando no estaba escrito y que se hundió hasta el broche final pues incluso en la despedida, sus pupilos han sido incapaces de vencer a Huracán (3-3).
River seguirá adelante con los mismos problemas (se habla de Gallego o Pumpido) pero Simeone ha escapado a su primer gran chasco como DT. Un todavía ‘novato’ al que veremos en Lazio o Atlético en cuanto la crisis haga acto de presencia. Apuesten por ello. El ‘Cholo’ tiene cuerda para rato.
1 comentario:
A mí no me queda ninguna duda de que el Cholo terminará entrenando al Atleti. Sea más pronto que tarde, terminará haciéndolo. Y eso sí que es un reto.
Un saludo.
Publicar un comentario