La historia del Real Madrid está plagada de grandísimos jugadores pero en el trono, en lo más alto del sentimiento madridista, sólo hay lugar para uno muy especial. Juan Gómez "Juanito", fue un ídolo que se ganó el respeto dentro y fuera del césped con su carácter, tan singular como su fútbol, pleno en garra e inteligencia. Este lunes, el goleador malagueño cumpliría 54 años. Un día de recuerdo para un delantero único.
Antes de escribir su paso por el Real Madrid con letras de oro, Juanito se acercó a la capital en el bando contrario, en el de un Atlético de Madrid que le perdió tras una grave lesión de rodilla cuando sólo llevaba un año paseando por el Manzanares. Aquél carácter que mostraría a lo largo de los años, el mismo que le hizo ser capaz de trastocar sus propios documentos para jugar con el equipo Sub 18 pese a ser menor de edad, se marchó a Burgos. Allí, logró ascender a Primera División y, ya como debutante en el máximo nivel, se consolidó a lo grande obteneniendo premios como jugador estrella del campeonato.
En 1977, con 23 años, el Real Madrid llamó a su puerta, dándole la gran oportunidad con la que siempre había soñado. Cuentan las fuentes de entonces que aunque el Barcelona ofreció el doble de lo que pagaría finalmente el Madrid (lo cerró por 27 millones de euros), él no dudó un instante en declinar las ofertas azulgranas. Esa clara vocación hacia el blanco, le iba a premiar con una década de curiosidades, grandes registros y, desde luego, noches para el recuerdo de todo hincha madridista.
Su habilidad y pillería le auparon como uno de los grandes de aquella época. Sus continuas salidas de tono, fruto de un incontrolable temperamento, cortaron en cierta medida su grandeza, aunque le dieron un 'extra' con el público que nadie ha podido igualar. Sin embargo, fue ese genio el que le hizo inconfundible.
Fue sancionado por la UEFA con dos años sin participar en Europa por agredir al colegiado Adolf Prokov, escupió sin ataduras a Uli Stielike (con el que tuvo continuas peleas con la prensa como protagonista) en un partido contra el Neuchatel y, desde luego, dejó para la historia un pisotón a Matthäus. Tanta pasión deplegaba el crack blanco que, para perdonarse ante el germano, le regaló posteriormente un capote de torero. Todo un personaje.
Perdió las dos finales europeas que disputó (ante Bayern y Aberdeen) pero dejó para la galería 85 goles vestido con la casaca de Chamartín. En 1992, ya retirado y tras ver al club de sus amores en televisión, cogió un camino que la afición merengue jamás olvidará. Un accidente de tráfico cerca de Mérida, donde aún jugaba sus 'pachangas' con amigos, acabó con la vida de una deidad irremplazable para todo hincha, que no cesa a la hora de elogiarle.
Aún hoy, en cada partido en el coliseo blanco se le recuerda con cánticos en el minuto 7. Un dorsal de leyenda, en parte, escrita con su puño y letra.
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