Los 'samuráis' europeos

La cultura asiática ha entrado progresivamente en la vieja Europa, seducida por su extenso potencial de recursos para el poder blando. El arte, la moda, la cocina, la electrónica y sus famosísimos animes televisivos, se han adentrado en la vida de cualquier occidental o americano como una brisa renovadora, como una corriente vital para el funcionamiento global. Dentro de esas artes innovadoras se encuentra el fútbol, donde la invasión asiática es aún lenta, de incierto presente pero de prometedor futuro. Se presupone que el continente asiático, con China, Japón, Corea o Irán a la cabeza, explotará sus valores con el paso del tiempo pero, hasta entonces, dos samuráis siguen su particular lucha por allanar el camino a generaciones futuras.

Este miércoles, el destino ha querido unirles en combate en uno de los escenarios más venerados y admirados del continente europeo, el Celtic Park. Uno se juega el ser o no ser en la Champions pues sólo le vale la victoria tras un comienzo negativo que necesita una hombrada. El otro, quiere certificar su pase a la siguiente ronda para intentar repetir la heroica lograda el pasado año. Shunsuke Nakamura y Park Ji-Sung.

El ídolo japonés es ya el máximo exponente histórico del fútbol nipón. Su carácter reservado, no le hizo explotar el exotismo que su llegada a Europa suponía para el marketing. Muchos equipos tan sólo le miraban como una fuente de ingresos que no desentonara demasiado cuando le tocara salir al césped, pero su estilo, creativo, con enorme calidad y desconcertante para un jugador de sus raíces, iban a levantar a los graderíos más exigentes del continente. Tiene un guante en la pierna izquierda, es un maestro en el lanzamiento de faltas (de los mejores del mundo) y genera magia con asistencias que le coronan como el dios del sol.

Nakamura llegó al fútbol europeo en 2002, después de haber roto estadísticas en Japón. Empezó a los cinco años, algo inusual para las costumbres niponas, y a los 17 fue nombrado jugador más valioso de la escuela de futbolistas con más caché de su país. Tras brillar en varios torneos juveniles, firmó por el Yokohama Marinos de su ciudad natal. En cinco años se hizo acreedor de la más firme expectativa que había creado el imperio japonés en aquél deporte que ganaba adeptos como la espuma. Triunfó con la selección y cuando le tocaba obtener recompensa y mostrar sus habilidades al mundo en el Mundial de 2002, le dejaron fuera de la lista incomprensiblemente.

Aquél ‘palo’ no le restó confianza y ese mismo año llegó a la Serie A para integrarse, o al menos intentarlo, al modesto Reggina, que acaba de ascender. Los calabreses pagaron 3,5 millones de euros tras una primera cesión de seis meses a la que también optó el Real Madrid, que pensó en llevarlo al Bernabéu. En Reggio Calabria las lesiones limitaron su progresión y aunque pasó tres años donde dejó detalles, pensó que debía buscar un acomodo más idóneo.

Y el mejor lo encontró en el Celtic, un histórico que lucha por títulos temporada tras temporada y que le daría la opción de jugar en competición europea, su meta. Aunque su idea siempre fue jugar en España, en suelo escocés pronto encontró la regularidad que sus dotes exigían. Un ‘doblete’ en su primera campaña como católico, abrió la cuenta en su palmarés, que no ha parado de crecer desde entonces. Es el ídolo, el crack de Celtic y su jugador emblema por encima de cualquier terrestre. Esta noche quizás viva su último gran partido porque ya ha aclarado que a sus 30 años y con las rodillas agotadas, es hora de volver a casa. Allí, ya esperan a su emperador.



Otro samurái pero coreano (samurang), también ha logrado hacerse acreedor de elogios a base de trabajo, constancia y calidad, que derrocha con una naturalidad exquisita. Nació en uno de los barrios más pobres de Goheung y sólo su sacrificio personal, el de sacarse una carrera universitaria y no abandonar el deporte que tanto le gustaba, le sirvió para poder acceder a honores reservados a los más cualificados. El equipo de su universidad tenía una colaboración con el Kyoto Purple japonés (algo que demuestra que corea no explota el fútbol como Japón) pero exigía notas altísimas además de cualidades futbolísticas. Park cumplía ambas y se marchó sin pensarlo.

En su primer año, logró el ascenso a la J1 y en su segunda campaña, se coronó como el jugador estelar tras anotar y dar la asistencia clave en la final de la Copa del Emperador, primer gran éxito de su trayectoria. Tras el Mundial del 2002 (donde tuvo un protagonismo notable), aprovechando su crecimiento y la ayuda de Hiddink, que lo conocía como un hijo de su periplo por la selección, recaló en el todopoderoso PSV, donde se encontraba luchando por títulos de primer orden desde su aterrizaje. Un año de aclimatación donde fue golpeado por sus primeras lesiones graves y otro donde alternó minutos, le hicieron progresar en la sombra y tras la salida de Robben, se hizo con un hueco definitivo.

Escorado en banda, actuando como extremo puro pero siendo su llegada la mejor de las virtudes, sumó una campaña memorable que a punto estuvo de coronar con letras mayúsculas. Aquél gran equipo, ambicioso, peleón y agresivo en su concepción futbolística, se ‘coló’ en semifinales de Champions hasta tutear al mismísimo Milan en un partido histórico que sólo un tanto postrero de Ambrosini truncó. Unos minutos privaron a Park de su primera gran final, la misma que el destino le tenía deparada para más adelante.

En una transferencia que sorprendió en la Premier, el crack coreano se enroló a las filas del Manchester United. Era el paso definitivo a su carrera, el momento culmen que iba a saber explotar de la mejor manera posible. Pese a que las lesiones siguieron su particular pesadilla, Park supo dar a Ferguson lo que pide, compromiso, profesionalidad y trabajo. Esa receta, que en las pequeñas piernas del coreano encuentran su significado, han reconvertido su juego pero le valen para hacerse un hueco en el actual campeón de Europa. Ese honor, el de haber levantado la máxima competición de clubes, le hacen ser exclusivo pues se trata del único jugador asiático que la posee.



Nakamura y Park representan la cara más agradable del fútbol del ‘extrarradio’ europeo. Los dos -sin necesidad de compararles- han sabido sobreponerse al lastre que su físico (uno fue rechazado en juveniles por su peso ‘pluma’ y el otro por su mínima estatura) les retaba, ambos lo han explotado en campeonatos donde la fortaleza siembra las bases futbolísticas y ahora, representan el mejor ejemplo para aquellos que osan igualarles. El Celtic Park reúne a los dos samuráis en una noche de combate con el césped como improvisado tatami. ¡Fight!

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