La perla del Mar Negro

El comunismo fue la corriente que mantuvo unidos a los hoy independientes países soviéticos. Todos ellos eran partidarios de una sociedad igualitaria, sin clases sociales y evitando la propiedad privada, lo que bastó para que personajes como Vladimir Lenin fueran considerados más allá de sus límites teóricos. Cuando este pensamiento pasó a los libros, igualmente lo harían las posteriores divisiones del territorio soviético, llevándose consigo años de crecimiento colectivo. En fútbol, dichos acontecimientos desembocaron en la disolución de una selección prometedora y nos prohibió ver la progresión de un combinado que unía a rusos, bielorrusos, estonios, letones, lituanos, georgianos o ucranianos, estando entre estos últimos una de las zurdas más exquisitas de la década de los noventa, la de Ilia Tsymbalar.

Pese a que serán muchos quienes recuerden sus galones en ese Spartak de Moscú que dominó con solvencia el campeonato ruso antes de la llegada de los petrodólares, pocos conocerán que su orígen no es ruso, sino ucraniano. Tanto acusó su generación el movimiento político de la época, que pese a haber jugado con la selección ucraniana en tres ocasiones, tras la disolución, pasaría a ser una de las estrellas del combinado ruso. Con más de una treintena de partidos, la zurda se paseó por USA 94 e Inglaterra 96.

Tsymbalar nació en Odessa, la ciudad más mediterránea en suelo soviético y a la que siempre estuvo muy ligado, pues fue en el Chornomorets Odessa donde se inició cuando apenas tenía 8 años. Reforzando su espíritu y ganando en habilidad, llegó a la primera plantilla una década después pero sería en el Dinamo Odessa donde debutaría con la mayoría de edad recién cumplida. Los grandes equipos se interesaron por el, pero incapaz de abandonar sus lazos familiares, cambió de club pero no de ciudad, pasando por el SKA Odessa y regresando al club de sus amores, el citado Chornomorets.

Tras más de cien partidos, habiéndose ganado todos los calificativos para dar un salto mayor y justo cuando la independencia ucraniana acababa de concretarse, apareció en escena el todopoderoso Spartak de Moscú. Por entonces, el jefe moscovita era Oleg Romantsev (presidente-director general-entrenador), que junto al alcalde de la ciudad, Yuri Luzhkov, y los apoyos financieros de la multinacional Akai, lograron crear un equipo donde sólo entraban soviéticos.

Los Titov, Tikhonov, Onopko, Nikiforov o el actual técnico el ‘bigotudo’ Tchertchesov, seguían una dictadura que prohibía el uso de lo que el llamaba inventos capitalistas (móvil televisión, radio). Tanto creían en su nivel que el protagonista, Tsymbalar, llegó a decir por entonces que “no cambiaría a nadie de su equipo por Raúl”, el siete madridista que acababa de ganar, por ejemplo, la Intercontinental el solito.

Pero bajo ese talante justiciero se escondía una entidad sin estadio propio, obligada a pagar más de 11 millones de las antiguas pesetas para jugar en el Luzhniki sus citas europeas. Un equipo limitado que mantenía a sus estrellas bajo un anonimato tal, que muy pocos lograron salir hacia las potentes ligas europeas, un dato este que, sin duda, evitó que la zurda de Odessa lograra mayor repercusión.

Harto de ganar campeonatos, habiendo logrado ser el Mejor Jugador Ruso (1995) y con la treintena recién cumplida, decidió aceptar una oferta económica interesante del Lokomotiv. No se adaptó a la sombra de su Spartak y, ya con otras ideas en su cabeza, volvió a dejarse llevar por los dólares del modesto Anzhi Makhachkala, que le fichó como estrella rutilante para su única participación europea. Sin triunfar, sí logró ganarse al público que, apenas unos meses después, le eligió vicepresidente del club con lo que Tsymbalar colgaba las botas para pasarse a los despachos, un peldaño más alto de donde de verdad quería llegar.

Sus primeros ensayos como técnico los dio en el Khimki como asistente, ganando experiencia para animarse a aceptar la oferta del FC Spartak dos años más tarde. Su zurda eléctrica fue talismán porque logró el ascenso a la Primera División Rusa (Segunda categoría) pero el ánimo de lograr metas mayores quedó esquinado.

Ahora, sin ganas de competir a gran escala y escondido del mundanar, Ilia entrena al impronunciable Nizhny Novgorod, un rincón ruso más acorde con sus recuerdos de Odessa. Allí, con los brazos abiertos, esperan el regreso de su ‘perla’. La ‘perla’ del Mar Negro.

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