Desde que toda la maquinaria mundialista pasara con éxito ejemplar por Alemania, el fútbol teutón dio un paso adelante respecto a otros campeonatos europeos que habían ganado en mercado e importancia durante los últimos tiempos. Esta evolución se reflejó en la selección alemana que supo esconder sus debilidades y apuntó una progresión con nuevas generaciones (estaba obligada a ese cambio) que fue semifinalista por entonces y finalista en la última Eurocopa.
El mayor cambio, sin embargo, se plasmó en el ambiente festivo que entró en escena en cada partido de la Bundesliga. Estadios abarrotados, aficiones entregadas, más ruidosas y pasionales que nunca y la sensación de que, por fin, el campeonato germano ganaba en interés y en carácter mediático. La facilidad goleadora, la mayor competitividad y la llegada de algunos fichajes de mayor renombre de lo que venía siendo costumbre, impulsó aún más todas estas buenas vibraciones. Ahora, cuando esas bases están fijadas y asentadas, la mayoría de equipos buscan un giro, una catarsis en sus ideas para seguir añadiendo cimientos en sus agradables proyectos de futuro.
Y el paso clave en esos intentos de crecimiento, lo han sellado con una revolución en sus banquillos. El intento de cambio es global, encuadra a los equipos llamados a liderar, a disputarse los títulos y a ocupar las portadas de los tabloides pero también se ha ganado un hueco entre aquellos que buscan ganar enteros año a año. Nadie quiere contentarse con lo conseguido hasta la fecha.
El movimiento que ha generado esta dinámica lo protagoniza Jurgen Klinsmann. El otrora seleccionador alemán, despertó el ánimo del pueblo germano en Alemania 2006 y puso la primera piedra hacia un profesionalismo absoluto que ahora intenta inculcar a un Bayern que busca reencontrarse con sus mejores recuerdos. Hitzfeld fue la excusa para sostener a un gigante en horas bajas a través de su carácter y gloria, que le bastó para dar la cara y lograr remontar el vuelo.
Ahora se busca algo más, se demanda un equilibrio que Klinsmann ya intenta conseguir a base de planificación detallada que englobe todos los aspectos de la vida de un futbolista. El técnico ya ha implantado jornadas de ocho horas, convivencias del grupo y un elenco de colaboradores que van desde un cocinero que les estabilice el paladar a un traductor que le facilite el diálogo con cada uno de sus jugadores sin barreras de nacionalidad de por medio. Un centro de rendimiento deportivo que destaca por su carácter pionero pero que puede ser el arranque para un salto cuantitativo. Eso sí, todo esto también encuentra enemigos por el camino.
Esta actitud de técnico intelectual que desprende ‘Klinsi’ (conoce 5 idiomas y se acaba de apuntar a español y portugués), es compartida por muchos de sus homónimos o, al menos, intentan dar un aire renovado a los ambiciosos proyectos que los directivos les han colocado sobre la mesa.
El singular Martin Jol en Hamburgo, el ex jugador Bruno Labbadia en Leverkusen, el responsable del éxito del Twente el pasado año, Fred Rutten, ahora en el Schalke o el siempre polémico Jürgen Klopp en Dortmund, son algunos nombres que unifican un intento generalizado por crecer con buenas intenciones bajo el brazo. Sólo el Bremen, manteniendo al ambicioso Thomas Schaaf, apuesta por la continuidad dentro de los grandes del país. Una corriente que puede volver a situar a la Bundesliga en un nivel acorde con su historia. La de auténticos campeones.
Etiquetas: Bayer Leverkusen, Bayern Munich, Borussia Dortmund, Bundesliga, Hamburgo, Klinsmann, Schalke
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